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3.11.12

del no-contacto en ciudad Santiago.


Entiendo la no-absorción de cuerpos.

En una ciudad tan grande, se puede sentir solo con cientos de habitantes. Porque ninguno será capaz de adivinar el sortilegio de sorpresas tras tu nariz.

Por eso es rico de vez en cuándo agarrar el auto, la bici, la micro… y no llegar, si no, ir.




Mientras vas, pasan cosas. No es sólo cuando llegas. Probablemente así alguien notó un incendio o un nacimiento inesperado.

Mientras vas, las calles se vuelven borrosas y los rostros a tu alrededor son lo único apreciable. Y te detienes en cada detalle.

Las expresiones, mezcla de sentimientos náufragos y contaminación atmosférica, te reflejan lo que quieres sentir. En sus esquivas miradas, te ves a ti mismo esquivando la realidad que te rodea todos los días. Adelantando la película hasta el final.

Nadie se habla ni toca. Se repugnan. La distancia es la armadura más segura, y si la transgreden se miran horrorizados de reojo esperando salir de vuelta a la contaminación.

Los únicos que se atreven a mirar fijamente son los perros de la calle, nos miran como con pena, queriendo decirnos que nos detengamos un rato.

Pero si de reojo se formara una red invisible, estaríamos en una tela de arañas-pensamientos, dónde cada uno elige un personaje de su rutina para crearle una historia ajena… y sin darnos cuenta, le damos la historia que quisiéramos tener en nuestra vida, con más de alguno de esos desconocidos en ellas (y una buena banda sonora).


Así pasamos las horas del día, mientras esperamos llegar...

fisgonéando desde

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